Resumen:
El proceso de domesticación del perro ha permitido generar una relación mutualista
única e histórica con el ser humano. Este vínculo se ve seriamente afectado en las
situaciones donde el animal muestra una conducta agresiva no deseada, afectando
la integridad física y psicológica de su entorno más cercano. Las expresiones de
agresividad dirigidas al ser humano, están fuertemente influenciadas por el
ambiente en cual el animal se desenvuelve. Dentro de los factores ambientales de
importancia en la expresión de la agresividad se encuentra el grado de
sociabilización y aprendizaje en el cual la mascota se ha desarrollado. Otros
factores ambientales de importancia, se relacionan con las experiencias del animal,
la relación con el grupo familiar, métodos de castigo utilizados, edad y lugar donde
se adquirió la mascota, tipo de adiestramiento, contexto en el que se produce la
conducta agresiva, además de la edad, el sexo y las experiencias del individuo
agredido. Dentro de las principales formas de prevención y control de conductas
agresivas está el poseer el control afectivo de la mascota, entablar una relación
estable y coherente, con un entrenamiento, manejo nutricional y sociabilización
adecuada, además de una correcta respuesta de parte de los propietarios al
presenciar conductas agresivas en su mascota. Para prevenir este tipo de
conductas en la comunidad es necesario crear programas educativos sostenibles,
promover la tenencia responsable, la correcta interacción perro/humano e
incorporar el rol de etólogos clínicos y profesionales de la salud pública en el control
de la conducta agresiva canina hacia la población.